Día 1

Un murmullo me despierta en la oscuridad. Apenas veo alrededor pero sé que es de día, siempre es de día. Y sé que no debería quedarme un segundo más pero me doy la vuelta, cojo el teléfono, juego con él hasta que cierro los ojos, me arrullo. Ahí está, volví a quedarme dormida.

Quince minutos después estoy al fin de pie, han encendido la luz; aunque es de día esta habitación está siempre en penumbras. Logro llegar a la cocina. Si logro preparar café el día se ha salvado. Una cucharada de café molido, llenar el filtro hasta la mitad, calcular el agua… no pasarse; encender, y esperar.

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“El horizonte utópico” (una especie de eterno retorno de la utopía incaica) – Alberto «Tito» Flores Galindo

En Buscando un Inca, de Alberto Flores Galindo

En esta lectura, Alberto Flores-Galindo analiza el retorno del Inca como una fantasía recurrente. En particular, revisará la forma que toma esta fantasía durante los inicios del siglo XX. Así, esta fantasía reaparece cuando la sociedad peruana está a punto de cambiar pues se hace urgente una respuesta ante la inmovilidad social en la que se vivía y una forma de reconstruir la sociedad en los años posteriores ala Guerradel Pacífico. Así surge lo que Flores-Galindo llama una “onda sísmica” que incluyen no solo la serie de rebeliones o disputas ocurridas en los primeros años del nuevo siglo –que no tuvieron casi la importancia ni la magnitud que se les atribuye- sino también las consecuencias que tuvieron en la forma de pensar el Perú, tarea de los intelectuales. A ello habría que sumar lo que se vivía en otras latitudes, fenómenos que tenían repercusión global (por tanto también en la nación): la revolución bolchevique.

 

Ahora, se define el horizonte como utópico no en el sentido de la utopía socialista sino en el de una nueva sociedad peruana fundada en su tradición más antigua. Las figuras de intelectuales que aparecen en las páginas del antropólogo son Pedro Zulen, José Carlos Mariátegui, Victor Raúl Haya dela Torrey Manuel Seoane.

Flores-Galindo halla diversas características que influirán en los fenómenos de esta época y en los desarrollos posteriores: en primer lugar, la falta de una autoridad central enla República hizo del gamonalismo la forma más expandida del control social. El Perú era visto así como un país inmóvil, detenido en el tiempo (desde una mirada crítica en Mariátegui). Pero en el gamonalismo aparecía una autoridad por lo menos ambigua: el partenalismo y el racismo definían las relaciones del patrón hacia sus empleados (“sus indios”) a quienes consideraba unas criaturas desvalidas. Pero esta relación de dominación no es total, en tanto el indio es también un personaje ambiguo: es sumiso y desvalido pero también poco confiable, vengativo. De esta ambigüedad se deriva el miedo que se reactiva también en este periodo –al parecer para justificar aleccionamientos y reajustes de los señores- a la lucha de castas.

Como ilustración a esta relación de dominación problemática y de los rasgos de este utopismo, revisa Flores-Galindo la rebelión de Rumi Ñahui. La pregunta que atraviesa la exposición es ¿quién era Rumi Ñahui? Era el xxxxxx, con una preocupación sincera por los indios y cuyo documento presentado durante el gobierno de xxxxx le ganó tantas críticas. O el insurgente descendiente de Incas que se levantó en la zona de Puno amenazando con reinstaurar el Imperio Incaico. Quizá lo importante aquí no sea la respuesta a este cuestionamiento sino el papel simbólico o el rol funcional que jugó Rumi Ñahui. Así, fue a partir de esta consideración que Mariátegui llega a plantear un futuro que implique precisamente una reivindicación del pasado: nuestro futuro como república residiría en aquello que para muchos era una pesada tradición. Lo antiguo que nos daría vitalidad, movilidad, modernidad (de la mano de las ideas revolucionarias de occidente). Finalmente, esta rebelión sirvió para empezar a dar forma al utopismo particular que caracterizaría al Perú.

Cabe resaltar que a la de Rumi Ñahui siguieron otros levantamientos y tomas de tierra durante las primeras décadas del siglo XX, con escasas bajas pero que avivaron estas nuevas ideas sobre el país. Al mismo tiempo, las rebeliones sirvieron para arremetidas más autoritarias de parte del poder gamonal, como la inclusión de tierras de las comunidades aledañas a las haciendas. Pero también trazó un escenario que veríamos repetirse (por ejemplo, durante el conflicto armado interno en algunas zonas altoandinas): indios que eran fieles al patrón y se enfrentaban a los revoltosos. Es de resaltar que esto ocurre cuando habían en el territorio altoandino pequeñas armadas de indios-soldados que habían combatido durantela Guerradel Pacífico.

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Moisés y la religión monoteísta: tres ensayos

de Sigmund Freud

[Sobre la Parte III]

El texto que nos presenta Freud, escrito en su ultimo año de vida, se propone analizar aquello de caracteriza el surgimiento de la religión monoteísta, desde luego, en el pueblo judío. Para lo cual intentará mostrarnos aquellas características privativas de los judíos que puedan explicar esta génesis.

Tal y como señala el subtítulo añadido a esta “segunda parte”, lo que vendrá será una serie de ideas que vuelven sobre lo ya tratado en la parte primera, pero con el añadido de ciertas consideraciones acerca del propio origen del texto, y por tanto, del origen peculiar del pueblo judío. Para ello, debemos transportarnos a 1945 y dirigir nuestra atención a los estragos de la Segunda Guerra Mundial, del Holocausto. El rechazo a los judíos –aparte del ensañamiento– promovido por el nazismo no es una novedad del pueblo alemán, un rechazo similar habría surgido en pueblos con los que convivieron antes (como los griegos, o los romanos). Sería una reacción común a una peculiaridad del pueblo judío.

Este rasgo peculiar sería la opinión exaltada del pueblo judío sobre sí mismos: el sentirse por encima de otros pueblos. Rasgo que se sustenta en una actitud frente a la vida que obtenida  del saberse el pueblo elegido por Dios: los anima una confianza en la vida, como la que la confiere la posesión de un bien precioso, una especie de optimismo que los piadosos llamarían confianza en Dios. Las reacciones de otros pueblos habrían sido una constatación de este rasgo.

Se trata entonces de hallar el enlace entre este sentimiento de orgullo y la creencia en el Dios judío. Freud ubicará en Moisés la voluntad que opera este vínculo, haciendo de los judíos el pueblo que conocemos. Moisés les habría dado, mediante la institución de un credo religioso, las bases de su autoestima.

Freud trata en breves secciones distintos aspectos de su exposición: el gran hombre, el progreso de la espiritualidad, la renuncia instintual, la verdad de la religión, el retorno de lo reprimido, la verdad histórica y el desarrollo histórico. En lo siguiente intentaremos recoger los conceptos que nos parecen centrales sin seccionar la exposición y haciendo las conexiones que creemos pertinentes. Empezaremos con el gran hombre.

Definir al Gran Hombre no será la tarea de Freud, sino identificar aquello por lo que llamamos comúnmente a un individuo un “gran hombre”. Que será la capacidad de este gran hombre de modificar su tiempo, de influir en sus semejantes. Añadirá Freud que la potencia de este gran hombre, la explicación de su autoridad e influencia sobre la masa proviene de la autoridad del padre.

Pero esta apropiación de la autoridad del padre viene con otro fenómeno que es el del “progreso de la espiritualidad”. El mandato primordial del judaísmo dado por este gran hombre (Moisés) es la prohibición de la representación del Dios. Fundamental diferenciación con los dioses de otros pueblos. El dios de los judíos es uno que no se puede ver. Con ello se relaciona las primeras nociones de la espiritualidad: el espíritu es aquello que no puede verse pero sí ser oído, es viento, un hálito.

La prohibición de la representación traería como consecuencia el tránsito a la espiritualidad. Y este tránsito está asociado a dos procesos: 1) el privilegio de los actos intelectuales (espirituales) por encima de lo sensorial, y la represión, en consecuencia, de lo sensorial y de los instintos; y 2) el paso del orden matriarcal al orden patriarcal. Es decir, es imposible pensar este fenómeno sin pensar en estas dos consecuencias. Pero trae también una tercera que podemos articular como el rechazo a la magia como una forma de relacionarse con el mundo.

El privilegio de los actos intelectuales presupone la idea de que el pensamiento influye de algún modo sobre el mundo, o también el lenguaje: el nombrar o invocar un nombre tendría cierto poder sobre la naturaleza. Pero es este una dominación distinta a la de la magia, menos directa y que no pasa por la percepción sensorial. Con ello tenemos el primer despertar de lo humano (de la cultura, como diríamos también).

De otro lado, el paso al orden patriarcal presupone un reconocimiento abstracto (el del padre) distinto al reconocimiento inmediato y sensible (el de la madre) de la autoridad. A ello debemos añadir que la ley y la ética para la religión judía es indesligable de la represión de los instintos. Una represión que no proviene de otro impulso instintivo sino de un orden distinto.

La pregunta que se desliza aquí es: si es este el centro de la fe judía, cómo podría ser el fundamento para un sentimiento como el orgullo. Es decir, cómo esta represión –con su cuota de displacer– configura un sentimiento placentero como la autoestima del pueblo judío. Freud salva esta paradoja remitiéndonos a la instancia del superyó. En la teoría freudiana el ello es la instancia en que se concentran impulsos instintivos (sexuales) a los que el yo se enfrenta dándoles alguna vía. Ante la satisfacción de un impulso seguiría una sensación de placer. Al enfrentarse a demandas externas, lo que llama principio de realidad, el yo procurará reprimir estos impulsos, o bien sea por procurar su subsistencia ante una amenaza. Así la economía del placer se juega en estos dos frentes. Sin embargo, el yo no siempre reprime en función a exigencias exteriores, sino que en algunos casos estos son requerimientos internos. A esta instancia reguladora y represora interna la llama Freud superyó. El superyó es donde el sujeto ha interiorizado la ley como suya y por ello el obedecerla procura para el yo recompensas positivas y no solo displacer. Pero a dinámica de estas regulaciones tiene como origen la ley del padre o de los padres, que en algún momento se impusieron al niño con sus cuotas de recompensas positivas y negativas. El yo por “agradar” al superyó reprime impulsos, como el niño por procurar el amor de los padres. Y es este mismo el origen del sentimiento de orgullo: el sentirse amado por el padre, o ser el preferido por la figura de autoridad.

De la misma manera detrás de todo aquello denominado “sagrado”, Freud hallará la prohibición. Lo sagrado es, a todas luces, algo que no debe ser tocado. Pero una prohibición que no tiene un sustento racional, un ejemplo de ello se encuentra en el rechazo al incesto que no siempre se sostuvo. No hay nada en ello mismo que nos haga sancionarlo, que sustente el horror ante el incesto. Este no tendría otro fundamento que la voluntad del padre perpetuada luego de su desaparición. Voluntad en la que no solo hay algo de intocable (sagrado) sino de abyecto, de execrable. El horror de la autoridad paterna se manifiesta en la imagen de la castración, lo que en la tradición judía ha aparecido como circuncisión (sustituto simbólico de la primera, para Freud).

Así, la religión mosaica explicaría el carácter judío pues: a) permitió al pueblo participar de la grandeza que ostentaba su nueva representación de Dios, 2) afirmó que este pueblo sería el elegido de ese Dios excelso, quien lo habría destinado a recibir las pruebas de si particular favor, 3) impuso al pueblo un progreso en a espiritualidad que, harto importante de por sí, le abrió además el camino hacia la valoración del trabajo intelectual y a nuevas renuncias instintuales.

Finalmente, esto no se explica sin incluir el devenir de la tradición judía. Dirá Freud que ella toma la misma forma que lo reprimido en una neurosis. Es decir aquello que fue reprimido en un momento, luego de haber tenido un lugar (quizá en un momento pre-consciente), regresa al yo pero siempre de un modo distinto, deformado. Y abre así otra vía de ser satisfecha, logrando solo una satisfacción sustitutiva, que se manifiesta como síntoma. La religión de Moisés queda en ese lugar en la piscología del pueblo judío, como parte de una tradición que siempre retorna, y solo así logra configurar su futuro. En esa medida la religión monoteísta es una verdad histórica.

Es decir, el personaje al que se atribuye las características de la divinidad judía, es un personaje común en la memoria de los seres humanos, que ocupa quizá el lugar de la figura mítica que se describre en Totem y Tabú, la del padre que da origen a la comunidad, convirtiéndose en totémico. Esta idea de un Dios grande y único es una verdad de la misma manera que las primeras inscripciones en el individuo lo son: determinan su propia historia futura.

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El cuarto Freud – Resumen

de Jesús Gonzáles Requena

El texto tiene como tema central una especie de punto terminante al que llega Freud en su producción teórica. Se trata de las ideas expuestas en el texto Moisés y el dios monoteísta, que si bien ha sido considerado una investigación confusa y un punto culminante, el autor considerará como el inicio de una nueva etapa. De la cual solo nos quedarán algunas líneas de argumentación, o indicios por desarrollar. Entre ellos la concepción de la verdad histórica (en este caso aludiendo al dios del cristianismo) o a la categoría de relato.

Para Gonzáles Requena el último Freud sería aquél que busca dar una resolución a la aporía que presenta el modelo mitológico propuesto de Eros y Tanatos, pulsiones opuestas en el hombre. Dirá así que ante la evidencia de una pulsión violenta y destructiva en el centro de la vida humana (manifiesta además —según la exposición que se hace de Lacan— en la relación sexual), intentará Freud salvar aquellos valores que considera importantes, órdenes de la vida humana que debemos mantener, finalmente, la cultura. Ceder ante esta pulsión negativa, haría saltar las bases sobre los que hemos establecido la vida y la cultura, dejando únicamente un vacío (ético) o la apelación a bienes utilitarios e intercambiables.

Es decir, a lo que Freud se resiste es al giro hacia el deconstruccionismo. Así, afirma también no haber podido leer (o seguir) a Nietzsche, la base de los deconstruccionistas y relativistas posteriores. Freud está en busca de una forma de articular la vida del se humano, la realidad y —inevitablemente— su vida psíquica. Habiendo fallado el camino que intenta trazar hacia la normalidad: la madurez de la etapa genital, Freud habría apelado a la autoridad constructiva del dios monoteísta. Ese parece ser el camino que seguiría, según el autor.

Para ello, expondrá de modo esquemático el pensamiento de Freud dividiéndolo en 4 etapas. El primer Freud sería alguien influenciado por la modernidad, es decir, que recoge en su teoría supuestos modernos como la interpretación dinámica o mecánica de la realidad. Así plantea dos principios que actuando como fuerzas se mantendrán en un juego, hasta cierto punto, armónico. El principio del placer y el principio de realidad serían mecanismos contradictorios, el segundo actuaría sobre el primero controlándolo, disciplinándolo, reprimiéndolo pero otorgándole la capacidad de actuar, dirigirse con normalidad.

El segundo periodo estaría dominado por el reconocimiento de Freud de la insuficiencia de esta explicación. En tanto la experiencia del fenómeno de la repetición del deseo, una repetición dolorosa que excede al principio del placer (que es de algún modo inmediato).

Finalmente, durante este segundo periodo Freud habría llegado a percibir que el juego de opuestos entre el principio del placer y el principio de realidad no era otra cosa que otra forma de tapar el fondo caótico de la realidad. O que hay otra fuerza que excede esta representación.

Así, en un tercer periodo Freud intentará solucionar este impasse ofreciendo una salida mitológica, propone así una relación contradictoria entre Eros y Tanatos. Una que impulsa hacia la creación y la unión, y otra a la repulsión y destrucción. Aquí se llega a la puesta en duda de la posibilidad de la normalidad (como adelantamos arriba, el acceder a la fase genital). Pues las resoluciones del Edipo parecían darse de otro modo o abrir un ámbito distinto de fuerzas o principios.

Freud llegaría a su cuarto periodo, al cual pertenece el texto sobre Moisés y el estudio de la religión, intentando una vía alternativa a la salida que tomará años más tarde Jaques Lacan. Mientras para este la pulsión (concepto deudor de Bataille, y en esa vía, de Nietzsche —según el autor) sería una fuerza ciega negativa, causante de la destrucción. Pero además, el “descubrimiento” lacaniano dela Cosa, aquello Real insimbolizable que mueve el deseo, pone en evidencia la arbitrariedad de la realidad, el carácter relativo de la cultura y la autoridad. El fin del sujeto en el psicoanálisis lacaniano sería el conformismo o la satisfacción en una economía de bienes evanescentes y utilitarios. La plena consciencia de esta ficción, y del agujero en el propio sujeto, con la cual se ha de vivir.

Dirá el autor, que una articulación de estas últimas ideas de Freud nos llevaría a sostener una respuesta no negativa. La defensa de los ideales que Freud cree necesarios mantener necesitaría de una revisión del momento de la castración, y en particular, del sujeto castrador. La reformulación del padre como no solo aquél que impone la ley castrando sino que introduce al niño en un mundo simbólico y le da el sentido que necesita para vivir. El padre es el sustento de una promesa. Y en esa medida, habrá que formular también el papel del profeta (Moisés) aquél que adelanta el sentido en el presente. Finalmente, el sentido será una construcción histórica, y la verdad habrá de buscarse en este ámbito, el del relato, un ámbito humano. La salida sería sostener el bien únicamente en el universo simbólico, con consciencia de que se trata de una construcción pero asumiendo, a la vez, esta especie de compromiso al cual nos vincula la autoridad.

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